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La Gran Presa del Renacimiento Etíope

avigil75

Atualizado: 8 de mai. de 2024

¿El primer precedente en acuerdos hídricos o la primera gran guerra del agua?


En un mundo tendente a la globalización, África no quiere quedarse atrás (otra vez) y busca su propia expansión industrial, pujando por ser punta de lanza. Dado su crecimiento demográfico, crece también su demanda de recursos, volviéndose inevitable el desarrollo de una mejor infraestructura nacional en el continente africano. Mejora acuciada por los devastadores efectos que está causando en la región el cambio climático, principalmente  sobre el cinturón del Sahel, que prometen endurecerse. Ante estas complejas circunstancias surge, en 2011, el proyecto de construcción del mayor puerto hidroeléctrico de África, la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GPRE, de ahora en adelante). Ésta se encuentra en el río más famoso del mundo: el Nilo; que, con una longitud de 6650 km, hidrata con su inconstante caudal uno de los continentes más secos, dando de beber a los denominados estados ribereños: Tanzania, Sudán del Sur, Uganda, Ruanda, Kenia, RDC, Burundi, Egipto, Sudán y Etiopía, estos tres últimos, los protagonistas de este conflicto. 

El rio Nilo, el Nilo Blanco y el Nilo Azul

Como decimos, el recurso hídrico es indispensable para la creciente industria africana y para su agricultura, que alimenta al 15% de la población mundial. En lo que al Nilo respecta, es sustento directo de 180 millones de personas, teniendo repercusión en prácticamente la mitad de la población africana. El Gran Río bebe del caudal de los denominados Nilo Blanco y Nilo Azul, siendo este último el más caudaloso (el 86% de su provisión hídrica) y donde se ha levantado la GPRE. La elección geográfica no es baladí: permitiría a Etiopía cuadruplicar su producción eléctrica, regular el flujo del río y disputar su soberanía. Por esta razón, Egipto se opone al proyecto: con la aparición del país etíope como agente principal sobre el terreno, pues este río emana de su territorio, El Cairo podría ver reducido un 25% el caudal del río que llega a sus tierras, según sus propias estimaciones, lo que supone un tema de seguridad internacional", en palabras del ministro de Recursos Hídricos e Irrigación de Egipto, Mohamed Abdel Aty, responsable de "una nación con unos 100 millones de habitantes”, en que “si el agua que llega se reduce un 2%, perderían unos 200.000 acres de tierra", afirmando que "un solo acre permite sobrevivir, al menos, a una familia de cinco miembros”, quedando alrededor de un millón de personas sin trabajo. Lo cual parece que podría agravarse ante la perspectiva que dibuja la ONU: Egipto comenzaría a sufrir escasez hídrica a partir de 2025.


No se trata de que la estación de energía hidroeléctrica consuma el agua, sino de que su llenado afecte al flujo Egipcio. Por eso, el mayor conflicto fue el determinar la velocidad del llenado y la cantidad de agua requerida (más grande que el reservorio de Londres): Etiopía buscaba terminar en apenas tres años, buscando generar su propia energía cuanto antes; pero, puesto que esa velocidad afectaría al nivel del río, Egipto exigía un plazo mayor, de entre seis y siete años, reduciendo al mínimo su impacto. Aunque Etiopía aseguraba que el proyecto no crearía dichos problemas, Egipto no ha descartado aún tomar cartas en el asunto de resultar ciertas sus suposiciones. Aun así, en septiembre del pasado 2023, el Gobierno Etíope anunció que ya había terminado el llenado de la GPRE.


Con todo, el principal conflicto sigue viniendo del miedo a que Etiopía controle el flujo del río con fines políticos, la cantidad que usa actualmente Sudán y cómo podría incrementarse con la represa terminada, restando más caudal a Egipto (lo cual ya hizo El Cairo en 1960, con la Represa de Asuán); y el reclamo de “derechos sobre el Nilo Azul” por parte de Etiopía ante la ausencia de un marco legal aceptado por todos los implicados. Esto último cuenta ya con numerosos antecedentes: Egipto ha sido la primera y mayor beneficiada siempre, basándose en acuerdos firmados en la época colonial (en 1902 y 1929). Después, en 1959, Egipto y Sudán firmaron el Acuerdo Hidrográfico del Nilo, con un reparto claramente favorable a El Cairo: aproximadamente el 75% (55.500 millones de m3 anuales) del caudal de la cuenca y un 25% a Sudán (sobre 18.500 millones de m3 anuales). En 1980, la sequía provocó una hambruna de la que sólo se salvó Egipto por tener el agua embalsada del Lago Nasser. Es una constante en la política regional africana: Uganda, Sudán, Etiopía o Kenia denuncian la dominación egipcia de los recursos acuáticos del Nilo; ante esto surgió la “Iniciativa de la Cuenca del Nilo” (1999), uno de los programas más ambiciosos para promover un uso equitativo en la región de sus recursos mediante la cooperación pacífica entre los estados circundantes de la cuenca del Nilo. En 2010 se formalizaría, con la intención de crear una base legal que incentivase la cooperación de todos los países ribereños, en el Acuerdo Marco Cooperativo de la Cuenca del Nilo, pero sólo seis firmaron y sólo tres lo ratificaron, cayendo en saco roto.


No fue hasta 2015 que, con una Declaración de Principios entre Etiopía, Egipto y Sudán, se intenta de nuevo un empleo equitativo del agua en cada territorio. Resultó ser imprecisa en puntos clave de la disputa como el ritmo de llenado del embalse, la producción de electricidad o la regulación del agua en situaciones de sequía o inundación, no llegando a oficializarse nada, pero significando un claro punto de partida que influyó en el acuerdo que, en 2020, estas tres naciones estuvieron a punto de rubricar en Washington ante la inminente finalización de la GPRE. Esta última propuesta parecía satisfactoria para los tres países ribereños, pero Addis Abeba se retractó en el último momento ante el temor de perder control sobre sus propias capacidades hídricas; y, poco tiempo después, ratificaba su intención unilateral de comenzar a llenar la presa. Por esta razón, ante la imposibilidad de entenderse, Egipto acudió al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas exigiendo paralizar el plan, exponiendo la ausencia de legitimidad internacional de El Cairo para frenar su construcción.


Aun así, dado el carácter nacionalista de las partes y la demostración de fuerza política y económica que supone salir vencedor de las negociaciones, no se puede descartar que estalle en el Nilo la primera guerra por causa del agua del mundo. La construcción de la GPRE supone un reto a la soberanía egipcia, no sólo en la región, sino en su propio territorio, pues sería la primera vez que Etiopía cuenta con el poder económico suficiente para explotar su ventaja geopolítica y revertir el orden africano; según el Ministro para el Agua, el Riego y la Electricidad de este país, Seleshi Bekele: "No se trata de controlar el flujo, sino de darnos la oportunidad de avanzar a través del desarrollo energético. Esto generará muchos beneficios para los países que se encuentran corriente abajo del río". Etiopía se encuentra en una posición de fuerza: tiene la ventaja geoestratégica y un derecho internacional que no se opone; mientras que Egipto vive una inestabilidad constante que juega en contra de su proyección exterior, y, por eso, es la vía diplomática la que puede amparar al Gobierno de Al-Sisi, si firma un acuerdo que le garantice determinado caudal y le respalde en caso de sequía.


Pero las negociaciones no han sido fructíferas y, en medio, para evitar que el conflicto escale, se encuentra el país vecino de Sudán. La GPRE está apenas a unos kilómetros de la frontera con Sudán, país al que su construcción facilitaría la gestión de sus complejos proyectos de irrigación, que dependen de caudales muy inestables. "Para Sudán es maravilloso, lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo”, explica Osama Daoud Abdellatif, propietario de la corporación encargada de las granjas y proyectos de irrigación de Sudán.  Y, ciertamente, Sudán lo agradece, pues supondría contar con un flujo regular y constante de agua, como decíamos, durante todo el año, en vez de depender de sus crecidas y decrecidas estacionarias (beneficio clave para todas las naciones de la zona). También le interesa la producción hidroeléctrica derivada de la presa, pues Etiopía pretende exportar su excedente energético, pero estima las reclamaciones de su vecino Egipto como potencia del continente africano, y su posición neutral está llevando a una escalada de las tensiones diplomáticas entre El Cairo y Sudán, Sudán, que tiene mucho que ganar si no se posiciona de manera categórica, evitar que El Cairo y Addis Abeba actúen unilateralmente es su prioridad.




Por su parte, Egipto y Etiopía son dos potencias africanas con diferentes ritmos de crecimiento. Egipto dirige el 86% de sus recursos hídricos a la agricultura y proporciona empleo a la mitad de la población, aproximadamente el 12% de su PIB. Con un sistema de regadío cada vez menos eficiente y unas aguas más contaminadas, la GPRE puede ser su fin o su salvación: puede reducir la cuantía de agua para el país, o, mediante acuerdo, cubrir sus necesidades hídricas proporcionales durante todo el año. Aun así, en clave geopolítica, supone reconocer su vulnerabilidad estratégica ante otra potencia africana, confirmar su posición de debilidad tras años de soberanía indiscutida. Ya hemos dicho que, para Etiopía, supone el impulso industrial necesario. Es una de las pocas potencias africanas que ha desarrollado un plan de gestión para el aumento poblacional que está sufriendo el continente, con una previsión de duplicar la actual en tan solo 30 años. Se trata de un plan integral con construcción de parques industriales y de gestión de recursos que tiene como objetivo transformar el país en una economía de ingresos medios, siendo capaz de generar la energía necesaria en su propio territorio para abastecer a los 109 millones de etíopes. Estiman que la presa, plenamente operativa, acumulará 70.000 millones de metros cúbicos, pudiendo producir 6.450 megavatios de electricidad, 15.000 GWH anualmente, cubriendo una disponibilidad eléctrica a la que hoy sólo tiene acceso la mitad de su población. Pero, aunque la infraestructura sea una carencia, es cierto que, a diferencia de Egipto, se beneficia de un clima de abundantes lluvias. 


Los argumentos de ambos son comprensibles. Para el desértico Egipto, el agua del Nilo es prácticamente la única fuente natural de agua potable, imprescindible para su agricultura. Etiopía, en cambio, goza de abundantes lluvias anuales, pero necesita multiplicar su producción de electricidad para sostener la aceleración de su desarrollo, y la obra arquitectónica ya se ha adherido al ideario popular: su funcionamiento es una cuestión nacional. Además, la situación de Egipto en la última década dista mucho del crecimiento etíope, y, mientras aquel sobrevive a sus carencias, países como Sudán y Etiopía han ido desarrollando capacidades militares para ganar en independencia estratégica, lo cual es clave para considerar improbable que la cuestión derive en conflicto armado.


Según la Oficina del Consejo Nacional para la Participación Pública de la GERD, tras 13 años de construcción, este mes de marzo se completó el 95% de la construcción del dique, restando tan solo la parte electromagnética (tan sólo están operativas dos de las 16 turbinas previstas). Sin embargo, las consecuencias no son todas positivas. A futuro, la mayoría son aún desconocidas, sobre todo las auguradas por los expertos ambientalistas, que estiman que afectará hasta 200 km del curso del río, obligando al desplazamiento de unas 5.000 habitantes de las aldeas colindantes. Económicamente, varios portales advierten sobre la compleja financiación del proyecto. El Banco Mundial y ciertos inversores privados se han mostrado escépticos y desinteresados en su inversión, debiendo el gobierno sacar a la venta bonos estatales, loterías y aportaciones obligatorias de los sueldos funcionariales. Pero, un reporte del Fondo Monetario Internacional avisa del peligro que supone este sobrecargo de la economía etíope, de la cual supuso el 10% del ejercicio 2012-2013. A su vez, se ha ido denunciando en los últimos años la falta de transparencia del gobierno etíope respecto de la planificación y progreso de la GPRE, lo que aumenta el miedo respecto de sus consecuencias medioambientales y políticas.


Pero, en definitiva, en lo que política y geoestratégicamente respecta, Etiopía parece haber ganado finalmente el pulso en el continente africano. Y, de salir victoriosa la diplomacia, podría tratarse de un ejemplo en el cual fijarse para los futuros desacuerdos, sumamente complejos, previstos alrededor de este recurso natural en escasez.


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