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A Grande Muralha Verde do Sahel

avigil75

Atualizado: 8 de mai. de 2024

Uma esperança na cooperaçao face a mudança climática



Sahel es un concepto árabe que, traducido, significa literalmente “costa”. Puede entenderse lo adecuado del término al observar que la vegetación de la región se asemeja enormemente a una línea costera frente al mar de arena que es el Sáhara. El Sahel atraviesa África de Este (Etiopía) a Oeste (Senegal), al sur del desierto del Sáhara. Lo que antaño fue una fértil región de cultivo es hoy, debido a las sequías, a métodos de cultivo agrícolas deficientes y un uso excesivo de la tierra ante el aumento de demanda de alimentos o leña, una yerma extensión en avanzado proceso de desertificación.


En 2007 nace una iniciativa para tratar de revertir esta situación y frenar el avance de la desertificación en toda la zona. Con base en los proyectos pioneros de Wangari Maathai y de Sarah Toumi, ‘Movimiento Cinturón Verde’ (40 millones de árboles plantados) y ‘Acacias para todos’ (650.000 árboles), respectivamente; y liderada por la Unión Africana, la Gran Muralla Verde del Sahel (desde ahora GMVS) pretende plantar una línea de árboles que, con unos 7.700 kilómetros de longitud y 15 de anchura que atraviese las zonas más áridas del Sahel en un total de 11 países: Burkina Faso, Yibuti, Eritrea, Etiopía, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal, Sudán y Chad, restaurando aproximadamente 100 millones de hectáreas de tierra, el doble de la superficie de España; pero el desierto del Sáhara es el más extenso del planeta y cuenta con un avance de 1,5 millones de hectáreas anuales de media (similar a la extensión de la región norte de Portugal), habiendo crecido ya un 10% de su extensión en los últimos 100 años. Por esto, el proyecto de la GMVS es la mayor iniciativa de reforestación de la historia de la humanidad, habiendo repoblado ya 18 millones de hectáreas en lo que denominan “un mosaico de paisajes verdes y productivos”.


Además, se estima que el proyecto generaría diez millones de empleos directos, pues ha derivado de la mera reforestación a un programa integral de desarrollo rural y lucha contra las consecuencias de la emergencia climática y la degradación de ecosistemas vitales, es decir, un programa conjunto de cooperación internacional para el desarrollo integral de la región, incluyendo la formación gratuita de la población en prácticas agroforestales y otras formas de aumentar sus ingresos. Su objetivo está ahora en 2030,pretendiendo haber culminado la restauración de las 100 millones de hectáreas para entonces, logrando almacenar también 250 millones de toneladas de carbono y crear esos 10 millones de puestos de trabajo en la zona, proporcionando así seguridad alimentaria e hídrica mediante la recuperación de técnicas de cultivo tradicionales; hábitat para plantas y animales salvajes que han desaparecido del Sahel a causa de la desertificación, y salvaguardando una población cada vez más mermada por la migración ante la sequía y pobreza que asola la región.


La rápida desertificación ha forzado a decenas de miles de personas a abandonar sus casas en la región ante la imposibilidad de cultivar la tierra debido a la sequía y la erosión. La migración climática se ha convertido en una preocupante consecuencia del cambio climático que, a pesar de su ínfimo impacto sobre la opinión pública (invisible al norte del Sáhara), los habitantes del Sahel, más de 300 millones, llevan padeciendo años. Esto provoca que decenas de millones de personas sufran hambre crónica, que sumado a la falta general de oportunidades hace que, sobre todo los jóvenes, salgan de sus hogares en busca de otra vida. Esto agrava las ya endémicas tensiones geopolíticas de la región y sus conflictos intra e interestatales. Así, las sequías, inundaciones y olas de calor de las últimas décadas han devastado los sistemas agrícolas, destruyendo los cultivos de los pequeños agricultores que otrora pudieron confiar en patrones climáticos predecibles, catapultando la pobreza extrema, el hambre y los conflictos armados.


Por eso se pusieron y aún se ponen enormes esperanzas en la GMVS. La reforestación de la región sería la solución más ventajosa económica y ecológicamente, pero ello exige décadas de trabajo que no todas las partes están dispuestas o pueden asumir. Por ello el convertirlo en tierras de cultivo se propone como solución más viable, siendo menos beneficiosas en general, pero dando rédito a partir del primer año a todas aquellas personas que sufren las consecuencias de un contexto tan desfavorable. Entre los países que podrían resultar más beneficiados con este proyecto se encuentran Nigeria, Eritrea y Etiopía. 


Pero, a pesar del optimismo, su realización en un territorio que literalmente cruza el continente africano en la zona de su máxima extensión latitudinal, se ha visto postergada indefinidamente debido a las diferencias y desencuentros políticos, las enormes variaciones regionales y la ausencia de fondos económicos. Para financiar el conjunto de actividades propuestas sus propios autores estiman necesaria una inversión de alrededor de 41.000 millones de euros, permitiendo restaurar unas 28 millones de hectáreas (superficie de la Italia peninsular). El presupuesto de la Gran Muralla Verde ascendía hace unos años a apenas 3.700 millones de euros, comprometidos durante la Cumbre del Clima de París de 2015, aportados mayoritariamente por el Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo, la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el PNUMA y la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD), que colaboran con otras 10 agencias de las Naciones Unidas, entidades privadas, como la International Conservation Caucus Foundation; y diversos bancos de desarrollo en la coordinación del apoyo a la GMVS. Ya en 2021, en la cumbre One Planet Summit for Biodiversity, se recogieron varias promesas de donaciones que alcanzarían los 13.000 millones de euros para sacar adelante el titánico proyecto, pero aún con eso, no se llegaría al presupuesto necesario para completarlo. A esta escasez se le suma el problema de la gestión adecuada y eficiente de esos fondos en un contexto regional tumultuoso de enorme inestabilidad.


Además, como decíamos, el principal escollo para la llegada de financiación y para la puesta en práctica del proyecto en su totalidad siguen siendo los conflictos violentos que desde hace más de una década asolan la región.  Existen conflictos o, al menos, situaciones de inestabilidad en la mitad de las regiones rentables contempladas para la iniciativa GMVS, “demasiado inseguras para actuar” debido a conflictos, disputas tribales y/o guerras. En 2021 estos conflictos redujeron la accesibilidad a los ecosistemas degradados a reacondicionar de 27,9 millones de hectáreas a tan sólo 14,1 millones de hectáreas con tan sólo sacar aquellas áreas demasiado inseguras como para implantar medidas efectivas.


En Mali ya van doce años de conflicto armado, con tres golpes de Estado (2012, 2020 y 2021, respectivamente) que implican a actores como Wagner, la ONU o Francia en una lucha entre el ejército de Malí, las milicias tuareg y los grupos armados yihadistas. En su vecino Burkina Faso, tras dos golpes de Estado en 2022, el país está sumido en una crisis permanente. La eterna lucha entre el Ejército burkinés, ahora en alianza con Malí y Níger, y los militantes vinculados a Al Qaeda y al Estado Islámico genera una inestabilidad que agrava los problemas de alimentación, agua, salud y educación en el país. Sin alejarnos mucho, en Níger la presencia de grupos yihadistas armados, como el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes o Boko Haram, la gran injerencia extranjera por esa presencia terrorista y las enormes reservas de uranio, el golpe de Estado de 2023 y un largo etcétera han generado una emergencia humanitaria crítica en el país, el  hambre ha desplazado ya a 200.000 personas internamente. Toda esta situación se agrava ante un posible conflicto entre la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) y Níger, apoyada por Mali (y Wagner) y Burkina Faso, lo que sirve de aliciente para las milicias yihadistas de la zona, que intensifican sus ataques. Y, como siempre, los civiles son los peor parados. En Etiopía, la grave sequía ha llevado a millones de personas a la inseguridad alimentaria. En Sudán del Sur se agrava el conflicto generalizado ante el colapso de su agricultura. En Nigeria se alcanza el estatus de “país con mayor número de personas en la pobreza extrema”. Dado que más del 80% de los empleos en la región están ligados a la agricultura, el cambio climático supone un factor detonante en estas tensiones, que aumentan cada año.


Pero, lejos del pesimismo absoluto, debemos ver cómo, aunque “los muros se utilicen cada vez más como barreras entre países, los arquitectos de la GMVS la imaginan como una banda transnacional de vida próspera que unifique en lugar de dividir”, que consiga romper estos ciclos viciosos que provocan la migración que drena las sociedades africanas de jóvenes; que logre impulsar sus economías y aliviar las condiciones que inevitablemente están llevando la violencia a la región. Como ejemplos tenemos a Senegal, el país que más ha contribuido en el proyecto, plantando ya doce millones de acacias (especie autóctona muy resistente a largos periodos de sequía); en Etiopía van ya 15 millones de hectares restauradas de tierra, 5 millones en Nigeria y 5 millones en Níger.  Las comunidades locales de Burkina Faso, mediante prácticas tradicionales, han logrado restaurar 3 millones de hectáreas de tierra. En total son más de dos millones de semillas de 50 especies nativas plantadas en zonas áridas de Níger, Burkina Faso y Malí. Así, la Gran Muralla Verde del Sahel está por convertirse en una de las mayores obras de ingeniería agroforestal jamás efectuadas por el ser humano, un enorme proyecto de cooperación regional e internacional capaz de salvar una de las regiones más violentas en la actualidad; pero, para ganar este pulso al cambio climático, debemos ajustar cuentas primero entre nosotros mismos.


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